La historia se ha vuelto invisible, y se expresa de una manera esquinada, que no parece dejar huellas colectivas: las grandes empresas convierten en casos clínicos lo que ayer mismo aún eran problemas sociales: a la explotación laboral, y al descontento que genera en las víctimas, se los filetea en lonchas cada vez más abundantes y finas, que se llaman inadaptación, mobbing, desmotivación, síndrome posvacacional, depresión del lunes… Cada uno cree sufrir las consecuencias de una enfermedad propia, su catastrófica experiencia única. No se siente pieza de un asunto colectivo. Para dejar constancia de su excepcionalidad, la gente graba en vídeo todo lo que hace: excursiones, bodas, comuniones, polvos, reuniones. Necesitarían media docena de vidas para volver a los vídeos que han grabado porque, en realidad, han grabado su vida entera. Todo el mundo quiere documentar su paso por el mundo (¿qué otra cosa estoy haciendo en este momento?), pero documentarlo como excepción (ningún niño tan guapo como el suyo, ninguna mujer tan simpática como la que se casó con él, ninguna boda tan bien servida), cuando sabemos (o hemos sabido hasta no hace tanto) que no hay más historia que la que encuentra su eco en la colectividad; todos los niños se parecen, y las esposas, y los banquetes de boda son idénticos según la tarifa que escojas
Diarios: A ratos perdidos 3 y 4, Rafael Chirbes
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